09 abril, 2006

Una sombra bajo la lluvia - XII

Los segundos que pasó mirando el cañón de la pistola que apuntaba a su cabeza se hicieron eternos. Uno siempre espera que, si alguna vez se encuentra en una situación de esas, pase como en la películas, que el cargador no tenga balas, o que un movimiento a lo Misión Imposible desarme al adversario. Pero él no tenía fuerzas para ningún movimiento. Sangraba por ambos brazos y se sentía muy débil, además estaba mojado, con poca ropa, y tiritaba de frío. En los segundos antes a la muerte uno suele recordar muchas cosas, pero el ya había pensado demasiado en toda su existencia, y prefirió mirar a su alrededor. Y así vió como Jamal le miraba asustado, mientras sostenía en los brazos a una chica morena, que sin saber de donde había salido, le había salvado la vida. Y vió a Sara, empapada en sangre, que también lo miraba desde lejos, tensa, como queriendo salir corriendo a salvarle pero sin terminar de decidirse. Vió muchos cuerpos por todos lados, y se horrorizó de la masacre. Y se sorprendió de que la habían hecho sus amigos. Se habían jugado mucho por él y se sintió afortunado. Había dejado de llover. Y parecía que la tierra seguía moviendose. Parecía que palpitaba como un corazón con demasiada vitalidad. Luego giró la cabeza hacia la izquierda y vió a Lucio, apoyado en la piedra que había hecho de altar en la ceremonía, no muy lejos de él. Estaba herido, pero seguía con la misma mirada de meditación que reinaba en su cara desde que le había conocido, en aquella celda de piedra donde había despertado el día anterior. Y se detuvo otra vez en el cañón de la pistola, y en el hombre que la sujetaba. El árabe seguía sin mostrar ningún sentimiento, ni de alegría, ni de terror, ni de ira, ni de odio. Parecía más un profesional que se limitaba a hacer su trabajo. Si es que ser asesino de una secta que adora a seres extraterrestres es un trabajo para alguien. Todo esto lo pensó muy rápido, quizás no pasaron más de 10 segundos. Entonces se oyó un ruido ensordecedor. El ruido de una bala que sale del cargador de una Magnum, sujeta por un tunecino, porque aquel hombre era tunecino, de nombre Hassan.
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La tele daba las noticias del mediodía en un hospital de Santiago de Compostela. Estaba sintonizada la televisión gallega, por lo que Jamal no llegaba a entender todo lo que decían. Pero lo suficiente para enterarse de varios detalles más de los temblores de tierra que había sufrido la comunidad gallega hacía ya dos noches, y de ver las imágenes del faro de Finisterre derribado. Efectivamente, el faro que marcaba el fin del mundo, el que advertía de que más allá sólo encontrarías monstruos y dragones, ya no se mantenía en pie. Poco a poco, la rubia que presentaba el telediario recordaba los sucesos ocurridos aquella noche, entre los que se encontraba la aparición de los cadáveres de dos policías en Ribanova, ambos matados con un tiro certero en la cabeza. Y poco o nada se hablaba de la matanza del bosque. Y parecía ser porque a alguien le interesaba que no se hablara sobre ello. Así que al final sí habían aparecido policías... pero sin suficiente suerte como para contarlo. Jamal sujetaba la mano de Isa, que yacía en la cama de la habitación, despierta, pero sin fuerzas para articular una sola palabra. Lo que si podía mostrar era una amable sonrisa hacia su negro favorito, mientras miraba las flores que reposaban en la otra silla que estaba al lado de su cama. Entonces Isa giró su cabeza hacia la izquierda, para mirar el sol que, extrañamente, se alzaba en pleno invierno en la capital gallega. Y justo en ese momento, vió como Marco despertaba, en la cama de al lado, después de dos días temiendo por su vida. Efectivamente, hasta aquella mañana los médicos no le habían declarado fuera de peligro y lo habían trasladado definitivamente a aquella habitación.
Pareció despertar de un sueño muy largo, muy muy largo, y se preguntó de veras si estaba vivo. Y Jamal, que le conocía bien, sabía que se lo estaba preguntando y por todo saludo le dijo:
- Lucio te salvó la vida. Bueno, más concretamente dió su vida por la tuya.
Marco no salía de su asombro, y no dijo una palabra. En realidad, tampoco se sentía con fuerzas para hacerlo. Jamal siguió hablando.
- El caso es que se puso delante de tí, hermano, justo antes de que aquel moro te disparara. No sé como le dió tiempo, ni de donde sacó fuerzas para levantarse y protegerte. Antes de morir parecía que quería decir algo, como las últimas frases de los que mueren en las películas. Pero no le dió tiempo... El moro salió corriendo después de descubrir que no le quedaban balas, no pudimos atraparle y se perdió en el bosque. - Jamal hizo una pausa, mirándo fíjamente a Marco - Bienvenido a la vida, hermano, temimos mucho por tu vida.
Marco sacó fuerzas para hablar.
- Gra... Gracias... por salvarme... de verdad, gracias también a ella... - Y se giró para mirar a la mexicana.
- Es verdad, no os he presentado, ella es Isa, seguro que me has oído hablar de ella alguna vez.
- Gra... Gracias Isa... ¿Que... que... tal... estás?
- Bien.. gracias, me duele la herida de la pierna, pero espero poder andar en unos días, o pasear por la playa, ¿no, negro? - La mexicana había demostrado ser la más fuerte de todos en la batalla de aquella noche, y todavía le quedaban algunas fuerzas en la cama de aquel hospital, aunque le costaba hablar y lo hacía muy despacio.
Entonces Marco cayó en la cuenta de que allí faltaba alguien, y por un momento tuvo miedo de preguntar, temiéndose lo peor.
- Jamal.... y Sara... ¿donde esta? está bien, ¿no?
- Sara lleva dos días sin despegarse de tu cama, hasta que le aseguraron que sobrevivirías. No se movió de tu lado ni para comer, ni para tomar el aire... Ella tenía también alguna herida, y un buen resfriado, pero está bien. Se fué esta mañana, no nos quiso decir exactamente a donde. Dejó una caja enorme de bombones para Isa, puedes coger alguno... y esto para tí.
Jamal cogió un sobre que reposaba sobre una gran caja de bombones de chocolate Suizo.
- Supongo que deberías leerlo.
- Eso haré ahora... Cómo me alegro... que estéis todos bien.... - Poco a poco iba recuperando las fuerzas para hablar- Creo que tenemos... muchas cosas de las que hablar.
- Tranquilo hermano, habrá mucho tiempo para eso...
Entonces Marco abrió lentamente el sobre, pues apenas sentía sus maltrechos brazos, y empezó a leer la nota que, con una caligrafía perfecta, había escrita en su interior.

1 comentario:

E.P. dijo...

;)

Pues nada, ya se resolvió la intriga. Vivito y coleando el tío. Ahora a ver para dónde tira la historia (sexo duro parece lo más razonable). Este texto me ha parecido mucho más poético que los anteriores.