22 abril, 2007

La Princesa del Hielo

Tambaleándose sobre su caballo, con la espada quebrada, sin armadura, aquel joven apenas si podía expirar un aliento de vida. La sangre brotaba por el costado, manchando sus raídas ropas. Ante él, una tierra árida se extendía hasta más allá de donde el horizonte delimita la tierra. Llevaba varios días atravesando ríos, bosques y desiertos, comiendo raíces y frutas, y bebiendo agua de los manantiales ocultos de las montañas, pero sin encontrar a nadie que acudiese en su ayuda. Había conseguido huir de la batalla, pero nunca volvería a casa. Lo había perdido todo. Que más daba. La luna llena desafiaba las fuerzas de un hombre demasiado joven para morir, pero que ya lo había visto todo. Nunca se creyó valiente, pero lo había sido. Quizás más de lo debido.

Las nubes tapaban la luna, jugando a dibujar tenebrosas sombras en su silueta. El viento soplaba cada vez más helado. Ya no había árboles de los que recoger una manzana o un higo, ni raíces ocultas bajo la tierra. Ni un atisbo de vida. Había caminado sin rumbo, y empezaba a perder la esperanza. Empezó a nevar. Al principio, poco a poco, hasta que, cuando las nubes taparon la luna, la nevada era tan intensa que perdió de vista el horizonte, y hasta la tierra que pisaba. El caballo, cansado, apenas si daba ya unos cortos pasos. Sintió desfallecer, mientras un dolor agudo en la pierna le recordaba que sus heridas seguían sangrando. Le fallaron las fuerzas y notó como se deslizaba por el lomo de su montura y caía sobre el suelo helado. Vio alejarse al caballo lentamente, demasiado cansado como para esperar a su dueño en una muerte segura. Y durante mucho tiempo, eso es lo último que vio.

Pero despertó. Despertó sobre una cama de nieve. Una cama hecha de nieve virgen, con columnas de hielo como dosel. No creyéndose lo que veía, se frotó los ojos. Pero era real. A su alrededor se extendía una enorme habitación de hielo, completamente helada. Sin ningún otro color que un blanco reluciente, casi transparente. Y entonces entró. Sus largos cabellos castaños caían sobre los hombros. Su tez, pálida, acompañada de dos penetrantes ojos verdes. Un largo vestido blanco reposaba sobre su cuerpo con extremada ligereza, y unos preciosos zapatos de hielo cubrían sus pies. Al momento, el joven supo quien era aquella mujer, de hechizante belleza: La Princesa del Hielo.

El nunca había creído aquella leyenda, que contaba como una joven fue condenada por retar a un semidios. La sentencia: vivir encerrada toda la eternidad, en un palacio de hielo. Y estaría sola, pues todo aquel que se acercase a ella moriría congelado al instante. Y allí estaba, delante de él, mirándole con ojos de ternura. Y el sabía que iba a morir, pues nadie sobrevivía a su aliento helado. Pero mejor morir por una caricia de la más hermosa de las mujeres, que abandonado en el desierto. Ella se acercó lentamente hasta su cama de nieve, y el joven sintió frío, un frío que empezaba a parar la sangre de sus venas. Entonces, en un último esfuerzo, cuando ella estaba lo suficientemente cerca, el joven se levantó, y la besó.

Y la cara de la joven princesa del hielo esbozó una sonrisa cuando, separándose del caballero, vio que seguía vivo. Se miraron, sin entender lo que pasaba.

- Estás vivo...
- Sí…
- Nadie vive después de tocarme, es mi condena... Pero tú.. ¿Por qué me has besado, sabiendo que ibas a morir?
- Para morir feliz

Y ella, esbozó una sonrisa que se reflejó en las paredes del palacio. Una sonrisa que hacía años que no aparecía en sus labios.

- ¿Serías capaz de deshacer mi hechizo?
- ¿Hay una forma?
- Una flor de las montañas del Sur, una bonita flor azul, llamada flor del mar, puede romper mi condena. Nunca se lo pude decir a nadie, pues nunca nadie pudo siquiera tocarme.
- Yo romperé ese hechizo, pero quiero algo a cambio...
- Poco puede ofrecerte.
- Me conformo con uno de tus cabellos...
Y así, un día después, después de largas horas de conversación y completamente repuesto, un joven caballero partía hacía el sur para salvar a una princesa. A una princesa de hielo.

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Esto lo escribí hace ya bastante tiempo, quizás en otro lugar y en otra vida, pero quería dejar testimonio de este cuento, y de que, todavía, me conformo con uno de tus cabellos...

No me he olvidado de la otra historia, un día estará completa.

08 abril, 2007

Frozen

No recuerdo haber vendido todavía mi alma al diablo, pero si en el infierno hace frío, yo ya lo tengo superado... O alguien me puso veneno en la comida - que lo veo poco probable - o el mismísimo ángel negro me hizo una visita -algo mucho más verosímil -. El caso es que, a pesar de tener tres mantas encima, y abundante ropa, no he pasado nunca, y espero que hasta dentro de mucho tiempo, tanto frío. Al resto de síntomas, más o menos estoy acostumbrado. Pero a no poderme mover de tanto temblar de frío... ufff. Está claro que los rockeros vamos al infierno. No os preocupéis, que ya estoy bueno - en todos los sentidos, claro, xD - pero mi visita al Averno no me la quita nadie. ¿Por qué uno se pone malo en vacaciones y se recupera cuando toca la vuelta al tajo?
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Volvería a atravesar las puertas del infierno, si me esperases dentro... - Skizoo