18 julio, 2006

El laberinto de las entrañas de la Tierra - V

Isabel se despertó cuando el sol ya hacía horas que inundaba la habitación. A los pies de la cama un muchacho se vestía mientras ella, aún desnuda, le miraba la espalda. No había sido una noche para recordar, pero había sido entretenida. El chico, de no más de 20 años, salió de la habitación con un tímido "hasta luego, nos veremos por ahí".

- No, no nos veremos, pero encantada de follar contigo.

El chico hizo un amago de sonrisa y salió del apartamento. Isabel se sintió un poco sola. Las noches de sexo no son las que curan la soledad. Pero al menos había terminado bien sus vacaciones. Esa misma tarde saldrían de nuevo hacia Madrid, donde le esperaban el trabajo en el supermercado, su guitarra y sus pocas amigas. No se oía nada en el piso, su madre estaría en la playa. Sin levantarse de la cama acercó la mano a la mesilla de noche, donde un viejo libro descansaba desde la tarde anterior. Lo abrió como si nunca lo hubiese hecho, como si quisiera descubrir una nueva historia. Pero ya era la tercera vez que lo leía. Y la tercera vez que examinaba cada una de las anotaciones de sus antepasados.
"El secreto de Olaf se guarda en las entrañas de la tierra, en algún lugar de centroeuropa" decía una.
"Sólo una persona puede encontrarlo, el secreto está en algún lugar de este libro",
"La última respuesta será desvelada" o
"Gerard lo escondió en su morada" eran otras de las anotaciones...
Todo resultaba muy extraño, y comenzaba a sentirse verdaderamente intrigada. Le asaltaban muchas preguntas: ¿Sería esta la único copia del libro?. ¿Que es lo que guardaba exactmente?. ¿Quién eran Olaf y Gerard? El libro no hablaba de ellos...
Se tumbó de nuevo tratándose de imaginarse corriendo por la calles de un pueblo medieval, entrando en un castillo o montando a caballo en una verde pradera. Tenía que desvelar el misterio de aquel libro, y lo haría nada más llegar a Madrid. Sólo tenía que buscar una buena biblioteca donde poder encontrar algo. También buscaría en Internet, al fin y al cabo era una gran fuente de conocimiento, y había un cibercafé cerca de su casa.

Se levantó, se puso un bikini de rayas azules y verdes y fue a la playa en busca de su madre. Le esperaba un viaje largo de vuelta y le vendría bien un baño. En su viejo walkman sonaba la voz del Boss cantando aquello de las calles de Philadelphia. Se preguntó si algún día encontraría a su Bruce Springsteen... El bullicio de la playa la devolvió a la realidad mientras buscaba la sombrilla de su madre.

- ¿Qué tal la noche, hija?
- Normal
- ¿Nos damos un baño?
- A eso vengo...
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Jean aparcaba de nuevo frente a la casa de Laura Ferrán sin demasiadas ganas de investigar nada. La charla con Claudia del día anterior no le había parecido muy fructífera, y no sabía que hacer para que le hiciera caso. Tenía que aprender de Jacques, su hermano menor, que destacaba en los estudios y apenas daba problemas. Además, las investigaciones del día anterior no habían aportado mucho. Tanto el bombero como el griego debieron desaparecer por la noche, probablemente a la salida del trabajo, lo que coincidía con la desaparición de la joven gimnasta, pero no había conseguido muchos más datos. En cualquier caso sólo había contactado con sus respectivos centros de trabajo, y tenía que investigar entre amigos y vecinos.
A las 10 en punto la puerta del portal se abría dejando paso Laura, que vestía una colorida camiseta y una falda larga, que contrastaba con su permanente cara de cansancio. Laura vió al detective y se acercó al coche.
- Buenos días, ¿nos vamos?
- Buenos días, señorita, sí, vamos a ello... discúlpeme si no estoy muy hablador, no he tenido un buen día.
La primera parada fue en el gimnasio donde trabajaba la desaparecida. Era un local moderno, grande y ordenado. En nada se parecía a esos gimnasios de las películas de boxeo, que más parecen un viejo almacén que un lugar para hacer deporte. Hablaron con el encargado, que se mostró bastante receptivo. Contesto a todas las preguntas sin dudar demasiado. Danielle había ido a trabajar ese día como cualquier otro, le gustaba mucho su trabajo y había estado de buen humor. Rara vez habían tenido algún problema grave con ella. Después del trabajo probablemente se hubiese marchado a casa, aunque no era de esas a las que las da miedo andar por la ciudad de noche. Sabía valerse por sí misma. Laura asentía a todas las respuestas, como si ella misma también hubiera contestado eso.
La casa de Danielle quedaba a unos 20 minutos a pie desde el gimnasio. El supuesto secuestro debía haber sido en ese trayecto. Laura y Jean hicieron el camino andando, hasta llegar al pequeño apartamento de Danielle.
- ¿Quiere que subamos? Tengo una copia de la llave.
- No, de momento no, supongo que necesitaria alguna autorización para revolver sus cosas, y no sé si sacaría algo en claro. Preguntaremos a los vecinos.
Pocos de los inquilinos estaban en sus casas, y los pocos no conocían demasiado a la chica, y no sabían demasiado al respecto. Cuando ya iban a dejar el edificio una anciana que bajaba por la escalera se acercó a ellos:
- ¿Que pasa con esa chiquilla? ¿Ha hecho algo malo?
- ¿Sabe algo usted de ella? - Al inspector se le iluminaron los ojos
- Es una chica muy maja, siempre me saluda cuando la veo por aquí.
- Desapareció hace unos días.
- ¿En serio?
- Sí, ¿puede recordar la última vez que la vio?
- Sí, debió ser hace dos noches, o tres, no sé. Se subió a un coche negro muy cerca del portal, le acompañaba un señor, pensé que sería algún novio, o amigo, o algo.
- ¿Puede describir el coche? ¿y al hombre? - Jean estaba cada vez más ilusionado por el descubrimiento, y Laura estaba pálida.
-El señor parecía mas bien joven, pero lo ví desde la ventana y la calle estaba oscura. Era grande, fuerte quizás. Del coche no te puedo decir más que era negro y no muy grande... no entiendo mucho de marcas, a mi edad.
- Gracias, señora, si ve usted de nuevo a ese hombre o al coche por aquí cerca, o descubre algo, llame a este número y pregunte por Jean Gonzalez
- ¿Es usted español?
- Mi padre era español.
- Mi marido era de Vigo... No se preocupe, le llamaré si veo algo.
Dejó a Laura en su casa media hora más tarde, después de que ella le asegurase que no conocía a aquel hombre que describía la anciana. La chica estaba visiblemente afectada y la vio marcharse con lágrimas en los ojos. Jean se prometió a si mismo que haría todo lo posible por encontrar a su amiga.
Después de comer sólo un sandwich, de esos que vienen prefabricados, el inspector se sumió de nuevo en una pila de papeles y anotaciones para ver por donde continuar la investigación. Decidió llamar a una amiga de Vasili, el camarero griego, cuyo teléfono le habían proporcionado en el restaurante.
- Buenas tardes. ¿Puedo hablar con Nadia?
- Sí, soy yo. - Una tímida voz con marcado acento del este contestó al teléfono
- Hola, soy Jean Gonzalez, inspector de policía. ¿Me concede unos minutos?

1 comentario:

Anónimo dijo...

mmmmmm, ya me estoy enganganchando otra vez XD