20 enero, 2007

No sé si por tener un buen catarro, porque algo me remueve la conciencia o por otras razones con las que no llego a atinar, anoche debía estar muy cansado. A eso de las 7 decidí tumbarme un rato en la cama, después de una sesión de Bevilaqcua y Chamorro, para descansar una horita, antes de quedar para rockear con los Hi-Clay. Totalmente desconcertado, escuché la voz de mi madre diciéndome que si me ponía un vaso de leche. Ante mi sorpresa, me confesó que eran más de las 12 y media de la noche. Confieso que antes no me había notado tan cansado... Me leventé, y me hice un perrito para matar el hambre. Comprobé que 5 horas de siesta no habían sido suficientes, y me volví a dormir.
Dormí inquieto -soñando con pruebas subjetivas y las spice girls - y, como es normal, me levanté temprano. Y jodido. Desayuné un poco y me volví a enfrascar en las últimas 50 páginas de La Reina sin Espejo. Llamé entre medias a una joyería, en la que tienen secuestrado uno de mis más preciados objetos: un reloj de bolsillo que me regalaron mis hermanos y que es, simplemente, la mayor obra de arte - que no sea de carne y hueso - que ha pasado por mi manos. Ya lo habían curado, pero decidí, sobre todo por vaguería, no ir a recogerlo hasta el lunes. Así, terminé descubriendo al asesino de Neus Barrutell, y, con un increible mono de escribir, terminé el capítulo de mi historia que aparece publicado debajo de estas líneas.
Entonces fui a la cocina, y descubrí, en el lateral de mi frigorífico, una Budejovicky Budvar. No me pude resistir a la tentación, pues era la mejor compañera para empezar a ser un corsario de levante. Y, ¡pardiez!, en ello ando.

13 enero, 2007

El laberinto de las entrañas de la Tierra - IX

Sentada en el ya viejo Ford Fiesta de su madre, Isabel daba buena cuenta de un bocadillo de chorizo picante y de una lata abollada de cerveza sin alcohol. El área de descanso estaba prácticamente vacía, salvo por un coche negro aparcado lejos del de la chica, en el que se podía intuir, por sus sombras, cómo dos personas se daban al mejor de los placeres. El cielo estaba despejado, y las primeras luces de alba se dejaban ver rodeando los molinos de viento modernos destinados a derrocar a la energía nuclear, y a acabar con los paisajes de media Europa. Mientras tanto, los pensamientos de Isabel se debatían entre una mezcla de sueño, incertidumbre y un agudo dolor en la conciencia. Sueño, por haberse despertado poco más tarde de las 3 de la mañana. Incertidumbre, por no saber con exactitud si encontraría algo en el lugar al que se dirigía, si toda esa locura valdría para algo. Y dolor, por haber dejado tirada a su madre, tan sólo con una nota en el salón como aviso, y por haber dejado tirado el trabajo, sólo por un presentimiento, sólo por descubrir en que lugar y en que momento su pasado se cruzó con el de un noble francés, y una bella mujer y un sabio nórdicos de la Antigüedad.
Se encontraba en algún lugar de la N-II, en la provincia de Zaragoza, y se dirigía a un pequeño pueblo del norte de Francia. Y todo por una dichosa anotación en su dichoso libro. No terminaba de encontrar la razón por la que se preocupaba más de la vida de un antepasado del siglo XVII, que por la suya propia, que ya de por sí estaba bastante cargada de problemas. A veces se criticaba a sí misma por no ser lo suficientemente valiente para afrontar el futuro. Quizás para abordar su viaje con más serenidad y claridad, se quedó parada más del tiempo que había previsto. Apuró su cerveza y encendió el viejo cassette del coche. Allí estaban los Scorpions y, como no podía ser de otra forma, una de las mejores baladas de la historia del rock. Isabel abrió su bolsa de viaje, en la que apenas llevaba un par de pantalones, dos camisetas y ropa interior, aun sin saber cuanto tiempo tardaría en volver, y cogió con cuidado el libro, como si fuese un recién nacido, una flor en peligro de extención o la primer guitarra de Jimi Hendrix. Pasó las páginas una a una, sin detenerse en nada en concreto, pero acariciando cada palabra y cada anotación como si de eso dependiese su vida. Así llego a la página 52, donde, casi borrado por el paso del tiempo, aparecía incompleto el nombre de un pueblo galo.
- Still loving you... -tarareaba mientras cerraba el libro, lo volvía a dejar con cuidado sobre su ropa, y quitaba el freno de mano.
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Apenas pudo recuperarse del estupor, el inspector salió disparado detrás del coche negro en el que su hija viajaba con una elegante rubia, de la que no tenía buenas referencias. Desde luego, aquella mujer con aires de modelo no corroboraba aquel dicho machista sobre las mujeres y el volante. La precisión de sus movimientos, y la habilidad para no morir estrellada al saltarse varios semáforos en rojo a más de 70 km por hora, delataban que no era una conductora primeriza. No cabía ninguna duda de que la mujer se había dado cuenta de la presencia del inspector. Y Jean se maldecía a sí mismo por no haber sido más discreto. Una persecución en mitad de París, con su hija en el interior del coche de los malos, no era lo que precisamente se conocía como una buena acción policial. Tenía que despejar la mente, pero tenía que estar concentrado en no perder aquel Alfa Romeo, que con la lluvia cada vez más intensa que caía, no era tarea fácil. Podía haber llamado a sus compañeros, pero no lo hizo. Quizás por la intensidad de la situación, o porque era algo que entraba en el terreno personal, o porque, en las películas de polis, ni Will Smith, ni Denzel Washington, ni siquiera Morgan Freeman, piden ayuda en una persecución de caracter personal. Lo que le extrañaba es que ningún coche patrulla hubiese sido alertado de tal alteración del orden público, lo que le llevo a pensar en la profunda reforma que requería el cuerpo parisino. Se deshizo de tan poco provechosos pensamientos, cuando ya estaba atravesando los extraradios de la ciudad, y entraban en una carrera regional de doble sentido.
Jean pisó un poco el freno, para no matarse -habían pasado muchos años desde su último curso de conducción evasiva - y para seguir a su hija y acompañante desde una distancia más prudencial, haciendo que la rubia se sintiera un poco más cómoda y, por tanto, disminuyendo la posibilidad de que ella y Claudia se estamparan contra un árbol en cualquier curva.
Con las revoluciones de su coche un poco más contenidas, Jean se puso a pensar en la situación. ¿En qué coño estaría pensando la secuestradora, o sus cabecillas, o quién fuese, para secuestrar a la hija del poli que investiga el caso? Por otro lado, no parecía que se la hubieran llevado a la fuerza, aunque lo mismo parecía en otros casos, como en el del griego Vasili, o el de la gimnasta que atormentaba sus pensamientos desde hace días, y de la que, como siempre desde que el expediente de su desaparición había aparecido en su mesa, llevaba un foto en el bolsillo de su chaqueta. También llevaba una foto de sus dos hijos, Jacques, el pequeño, y Claudia, con una sonrisa todavía inocente y perfecta, pero que empezaba a delatar que ya no era una niña. Jean sabía lo rebelde que era su hija, y los problemas que habían tenido en casa por sus salidas, sus ausencias del colegio y su total pérdida de la inocencia, por otro lado, normal para una chica de su edad, pero sabía que era una chica lista, y que, a pesar de todo, se cuidaba de no meterse en algunos lugares difíciles de la vida. Por eso no entendía qué le había llevado a meterse en un coche con una mujer desconocida, en la misma puerta de su casa.
Jean seguía de lejos al coche negro, casi invisible ya, debido a la lluvia que no cesaba. Sonó el móvil, que descansaba en el asiento del copiloto. La melodía de Heartbreak Hotel le indicaba que era su esposa quién llamaba en tan inoportuno momento. Era a la única persona a la que tenía asociada una melodía distinta. Y no sabía muy bien si por amor, o para saber que era una llamada que no podía rechazar, o le caía una buena bronca... Años atrás se podía haber considerado un tipo duro, pero ahora se consideraba más bien un vasallo más del enorme reino de los llamados calzonazos.
- Joder, me vas a matar, si es que no me cuesta el divorcio... - y, cogiendo el móvil con cuidado para no salirse de la carretera, apretó el botón rojo rechazando la llamada.
Diez minutos después estaba metido en una tortuosa carretera mal asfaltada. Lo que más le preocupaba era que no tenía muy claro que camino había seguido. Y por otro lado, parecía que a la dulce rubia del Alfa Romeo no le preocupaba lo más mínimo que le siguiera, porque no había acelerado más en ningún momento, y su coche se seguía intuyendo entre la lluvia. Jean se sentía estúpido por no haber tomado más precauciones, o no haber estado más atento a la situación. Quizás por ello, cogió el móvil, dispuesto a llamar a la comisaría central de París. Justo cuando volvió a levantar la vista, la figura de un árbol enorme apareció a pocos centímetros de la luna de su coche. Y, creyendo intuir un relámpago a lo lejos, y sin los suficientes reflejos para hacer nada, oyó el estruendo de su coche estrellándose contra el árbol. Y después, todo se volvió negro.
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Hay veces que uno no encuentra la inspiración, otras, que la encuentra, pero no tiene ganas de escribir y otras, como hoy, que no la encuentra demasiado pero necesita coger la pluma y el tintero, o el teclado del ordenador... Siento el retraso...

Entre gigantes


Sólo espero que digan que crucé ríos, bosques, valles y mares. Qué subí montañas, y escuché la música de los astros. Que robé el espíritu del viejo lobo que no se cansó de cazar. Sólo espero que digan que estuve loco. Nada más. Con eso me vale. Cuando algún día me vaya de este mundo, quemen mi cuerpo, junto con una moneda para Caronte, y arrojen las cenizas al más profundo de los océanos. "Y si alguna vez cantan mi historia, cuenten que caminé entre gigantes".

Foto realizada por rkp

01 enero, 2007

11193

Ya puedo decir que sufro más cuando no salgo a correr... Ese numerito de arriba es mi puesto en la San Silvestre Vallecana 2006, que para ser la primera vez no está mal. Mi tiempo: 1 hora y 18 segundos. A 6 minutos el kilómetro, que no es ir demasiado rápido, pero adelantar era realmente complicado, ante tal marea humana que hacía que se produjesen todo tipo de atascos. Kyk también estuvo allí, compartiendo la experiencia, y aunque no pudo conmigo xD, estuvo cerca (te he buscado en la clasificación...). Y David, Celia, Raúl, Eva, Dani (43' ufff...) y David también se ganaron la cena, con una de las mejores formas de terminar el año... Sobre todo para Celia, que tuvo el honor de ser salvada cuando se tropezó con el carril bus, nada más y nada menos que por Spiderman...
Además, este año seguía siendo Promesa... que siempre está bien que te digan que eres todavía joven. Yo el año que viene repito ¿y tú?