Avanzábamos con la espalda buscando siempre la pared más cercana, la mano apoyada en el acero, y el sombrero bien calado. Primero "
el Madrileño", y yo el último. En medio nuestras invitadas de las vascongadas. Acabamos de apurar una copiosa cena, de esas de muchos "voto a tal", de las que corre la cerveza y la carne ensartada en brochetas. Al poco nos reunimos con "
el Manchego" que, a lomos de su nuevo corcel, traía a su amiga y amazona personal.
La noche de Otoño, aunque fría, estaba despejada y, aunque torciamos las esquinas con cuidado y no quitábamos ojo de las sombras, nos sentiamos relativamente seguros. Que no somos del todo cobardes, y menos cuando hay mujeres de por medio.
El candil de la puerta indicaba la entrada al antro, donde desde las escaleras ya se apreciaba el sonido melancólico de la música, como un recuerdo de otros lugares, quizás de más allá del océano. Con cierta dificutad conseguimos una mesa, y pedimos a los taberneros las primeras rondas de cerveza. Dos bellezas hispanas - y digo bellezas exclusivamente por el tamaño de los pechos de la primera y la total desinhibidez de la segunda- coqueteaban, vete a saber con qué motivos, con dos herejes, quizás de Flandes, quizás hideputas ingleses. Nosotros reíamos al son de la escena, pediamos más cerveza - e incluso robábamos, que para eso íbamos cargados de aceros - y hablámos de nuevas batallas, de la incapacidad de nuestros gobernantes y de las bondades de nuestras mujeres. Que por Dios yo, a pesar de que andaba ya cansado de tanto negocio de espada y se me cerraban los ojos, le hubiese metido dos palmos de toledana o vizcaina a cualquiera que se acercase a mi capitana.
... por eso levanto hoy mi copa por vosotros, hermanos que juntos, de taberna en taberna, y de lance en lance, hemos ahogado las penas y celebrado las alegrías, ya sea empapados en cerveza, o en sangre ...
El Turco, o el Alcarreño, según prefieran