La taza de gazpacho apenas duró dos minutos en sus manos. Isabel apreciaba mucho la cocina de su madre, y no sólo la cocina mexicana, que era la que más acostumbrada estaba a hacer, si no también muchos otros platos. El tono ligeramente picante del gazpacho de su madre le encantaba, y le refrescaba después de un día duro en el supermercado. Había vuelto apenas hace unos días de las vacaciones y ya necesitaba otras. Su madre no estaba en casa. Había quedado con una compañera del trabajo para dar un paseo. Se acabó la taza y fue a la pequeña nevera de la casa a por unas onzas de chocolate. "Dicen que es un buen sustitutivo del sexo...". Recordaba a a aquel chico con el que hiciera el amor hacía unos días. Recordaba su cuerpo sobre el suyo, su movimiento, fuerte, intenso, sus manos rodeándola. Fue breve, pero placentero. A pesar de sus 18 años, Isabel podía enseñar varias cosas a más de un estudiante universitario. "A veces, es una forma de no sentirse tan sola..." explicaba a Patricia, su mejor amiga, que a sus 19 años mostraba una castidad que las traía siempre discutiendo.
Dejó de pensar en ello y fue a darse una ducha. El agua estaba fría, y maldijo al viejo calentador de butano que debía calentarla. Sin ganas de ponerse a arreglarlo se metió bajo el agua y, resoplando, dejó mojar rápidamente su cabello moreno, sus hombros fuertes y finalmente sus piernas. Isabel no era especialmente guapa, ni tenía cuerpo de modelo, pero poseía una extraña belleza en sus rasgos, y las curvas de su cuerpo eran capaz de seducir cuando el momento lo requería. Ella no estaba contenta con su vida. Ni con su piso, ni en su trabajo, ni con la ciudad en la que la había tocado vivir. Pero había dos momentos en los que se sentía feliz: con su vieja guitarra en sus manos, y cuando se miraba al espejo y veía su sonrisa al otro lado.
Se envolvió en una toalla y se tumbó en la cama. Entonces sonó el teléfono. "¿Quién será a estas horas?. Ya había anochecido, y no solía recibir muchas llamadas.
- ¿Sí?
- Eh... Hola, ¿esta Isa? - Era una voz de un hombre joven, que le resultaba familiar.
- Sí, soy yo...
- ¿No me conoces? Soy Iván.
- Anda, buenas, que sorpresa...
Iván era el encargado de mantenimiento del supermercado. Tenía unos veintitantos. A veces, en los pequeños descansos que tenían en el trabajo, él le regalaba un bollo de chocolate. Isabel estaba tenía la sospecha de que le gustaba, pero que nunca se había atrevido a decírselo.
- ¿Te acuerdas lo que me dijiste esta mañana? Sobre un tal Olaf...
- ¡Ah! Sí
- Pues he encontrado algo en Internet. En una aventura de un juego de rol...
- Debería de haberlo imaginado... Tú siempre con esas cosas. Pero gracias, mil gracias. ¿Me lo traeras mañana?
- Eh... Bueno... Yo... había pensado que quizás... podías pasarte... y lo veíamos en mi ordenador directamente.
- ¿Ahora? Ummmm... Bueno, tampoco es mala idea, estaré en 20 minutos.
- Perfecto. Aquí te espero.
Cuarenta minutos después Isa llamaba a la puerta de la casa de Iván, un tercer piso de un bloque de pisos de aspecto antiguo. La puerta no tardó ni 5 segundos en abrirse. Iván, con unos pantalones cortos de baloncesto y una camiseta de tirantes que marcaba sus músculos apareció con una sonrisa un poco forzada. A Isabel siempre le había parecido un poco atolontrado, pero le caía bien.
- Siento llegar tarde...
- No hay problema. ¿Quieres tomar algo? No tengo tequila, pero...
- ¿No están tus viejos?
- Que va, están en el pueblo.
- Entonces sírveme algo fuerte.
- ¡Marchando un buen Ron Liberación!. Pasa a mi habitación y siéntate.
La habitación era un desorden absoluto, con ropa por todas partes, la cama sin hacer, y posters colgando de todos los lados. Grant Hill, Buffy Cazavampiros o Rinoa Heartilly se mezclaban con modelos semidesnudas y fotos variadas.
Al momento llego Iván con dos vasos de ron, uno solo y otro con limón.
- Siento el desorden... Tú prefieres el ron solo, ¿no?
- Sí, ya lo sabes. Estoy impaciente por ver que se cuenta nuestro amigo Olaf...
- Sí, vamos a ello. Si te parece te cuento lo que he leído y te imprimo todo para que le puedas echar un ojo...
- Venga, dispara, te escucho.
- Pues el tal Olaf, al menos según los creadores de este juego de rol... que no es decir mucho, pero algo es... era uno de los más importantes sabios vikingos. Se dice que, en un largo viaje, cuando su drakkar rodeaba las costas de Groenlandia, cayó al agua y no pudieron rescatarle. Dos años después apareció en la costa de Islandia. Cuando regresó a su tierra, en la actual Noruega, contó a su gente que había muerto, para poco después regresar a la vida, y que había visto lo que había tras la muerte. Había descubierto los secretos del más alla... Días después, el sabio, que por aquellos tiempos ya era viejo, murió, dejando su secreto a sus descendientes... Más o menos eso es todo lo que he sacado en claro.
- ¡Genial, tío! Eres el puto amo.. - Y espontáneamente lo abrazó. Le soltó poco después, pues se sentía incómoda estándo sola con él en su casa, pero estaba contenta por ir descubriendo nuevos secretos. Las anotaciones de su libro empezaban a tener sentido.
- Lo que no sé es por qué estás tan interesada en los vikingos...
- Algún día te lo contaré - Se bebió el vaso casi de un trago - Me voy a tener que ir, se hace tarde y mañana hay que ir al curro...
- Bueno, como veas. Si te apetece otra copa otro día...
- Me lo pensaré... Gracias por todo, Iván. - Y le besó cariñosamente en la mejilla.
- De... nada... Un... placer... ¿Quieres que te lleve?
- Prefiero caminar un poco, pero gracias de nuevo. Hasta mañana, tío.
- Hasta mañana
La luz de las farolas alumbraba los cortos pasos de Isabel cuando caminaba calle abajo, y creyó ver una sombra que la miraba en la ventana del tercer piso. "Definitivamente, le gusto... pero mucho se lo tendría que currar...". Y pocos metros después se paró en un escaparate, sólo para contemplar a aquella chica morena que le sonreía en el reflejo.