Estoy sentado junto a la ventana de un noveno piso. Un calor abochornante hace que esté casi desnudo, y que una botella de agua me acompañe a cada paso que doy. Estoy algo cansado. Quizás porque me cansa pensar continuamente en otro idioma. A pesar de que todavía tengo bastantes limitaciones en lo que a comunicarse en la lengua de los piratas se refiere, puedo decir a mi favor de que soy de los que cuando habla en inglés, piensa en inglés (o en algo parecido...).
Hace una media hora estaba un poco perdido en una calle en la que sólo había prostitutas. Tres o cuatro, no más. Y hace algo más de una hora estaba en un lugar maravilloso. Un muelle de madera junto a las murallas de una antigua fortaleza, comiéndome un helado de chocolate que me ha sabido a gloria, y rodeado de mucha gente que a veces parece venida de otro tiempo.
Como la ciudad. Quizás me había hecho otra idea. Casas bajas tradicionales a la vez que modernas, todo pulcro y perfecto. Y no era así. Más bien parece un ciudad salida de hace 50 años, con edificios más cercanos a los años 20 que al siglo veintiuno, e incluso cierto desorden urbanístico. Eso sí, con un ambiente más que cosmopolita, un poco bohemio quizás también, y totalmente pacífico y desenfadado. Y unos parques de ensueño, donde a nadie le importa enseñar el torso desnudo o el bikini, y disfrutar de un sol que hoy pega realmente fuerte.
Pero como os contaba, hace una hora estaba en un muelle, mirando al mar, mirando zarpar los barcos y el revolotear de las gaviotas. Y justo en ese momento he querido dejarme crecer el pelo para siempre, hacerme trenzas en la barba y, espada y escudo en mano, subirme al primer drakkar que atraque en el puerto.
El sábado, cuando haya regresado a Iberia, quizás os pueda colgar alguna foto de este otro mundo.
Hace una media hora estaba un poco perdido en una calle en la que sólo había prostitutas. Tres o cuatro, no más. Y hace algo más de una hora estaba en un lugar maravilloso. Un muelle de madera junto a las murallas de una antigua fortaleza, comiéndome un helado de chocolate que me ha sabido a gloria, y rodeado de mucha gente que a veces parece venida de otro tiempo.
Como la ciudad. Quizás me había hecho otra idea. Casas bajas tradicionales a la vez que modernas, todo pulcro y perfecto. Y no era así. Más bien parece un ciudad salida de hace 50 años, con edificios más cercanos a los años 20 que al siglo veintiuno, e incluso cierto desorden urbanístico. Eso sí, con un ambiente más que cosmopolita, un poco bohemio quizás también, y totalmente pacífico y desenfadado. Y unos parques de ensueño, donde a nadie le importa enseñar el torso desnudo o el bikini, y disfrutar de un sol que hoy pega realmente fuerte.
Pero como os contaba, hace una hora estaba en un muelle, mirando al mar, mirando zarpar los barcos y el revolotear de las gaviotas. Y justo en ese momento he querido dejarme crecer el pelo para siempre, hacerme trenzas en la barba y, espada y escudo en mano, subirme al primer drakkar que atraque en el puerto.
El sábado, cuando haya regresado a Iberia, quizás os pueda colgar alguna foto de este otro mundo.
2 comentarios:
UUUUoooohhhh, joer todo el mundo por ahí de viaje y una soñando en viajar.Que envidia leñe! Pero ya me llegará, yaaa... que soy estudiante y tengo un mesecito pa mi solita, yujuuuuuu! Ya llegará!
Saludos.
P.D: queremos esas fotos, queremos esas fotos!
A Noruega quiero volver este año, aunque las cosas no están a favor.
De cualquier manera, me alegro de saber de tus andanzas y de mi envidia.
Abrazos y disfruta.
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